MANEJOS DE LA TEMPORALIDAD
EN CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA
DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
En Conversación
de otoño. Homenaje a Mario
Vargas Llosa, VVAA, pp. 337-345, Murcia, 1997.
Consciente del
peligro de plagio crítico que conlleva cualquier acercamiento a la producción
narrativa de un autor cuya obra ha suscitado el mayor volumen de estudios de
los últimos treinta años en los ámbitos del hispanismo, siendo asimismo el más
unánimemente aplaudido por profesores y especialistas, por colegas de las más
diversas culturas y legiones de lectores de todo el mundo; consciente del
riesgo, pues, he optado por afrontar este análisis de un modo ciego y, dicho
sea sin pudor, de un modo desnudo –si se permite la osadía de dos adjetivos tan
poco académicos–, apenas con el exclusivo soporte de las ajustadas
consideraciones de Boris Tomachevski acerca de los conceptos “trama” y
“argumento” (o “historia” y “discurso”) en relación al tiempo en el relato, por
un lado, y por otro, cómo no, de las huellas textuales rastreadas con tal
propósito en las páginas de Crónica de una muerte anunciada, título
aparecido en 1981 y que supuso el definitivo espaldarazo para la concesión del
Premio Nobel de Literatura.
Es por ello que se ha estructurado
el desarrollo del trabajo en dos partes. En la primera nos limitamos a
transcribir, tras una breve actualización teórica, aquellos lugares de la
novela en donde se hace una referencia expresa al tiempo de la historia, con
pormenorizaciones y pistas que aseguran al receptor un dominio casi absoluto
del periplo de los protagonistas en cada momento. En una segunda parte se
aborda el análisis de tales exactitudes cronológicas mostrando su incidencia
según el orden de aparición en el texto, para, acto seguido, habilitar el orden
lógico que de él se desprende, circunstancia esta que de alguna manera tuvo que
prenotar el autor antes de aplicarse a la redacción de los hechos, pues de otro
modo no se entendería ese infalible despliegue informativo-documental que
constituye el calculado armazón de la historia.
Fue Doris
Lessing quien, en su excepcional Laocoonte, siguiendo un antiguo tópico
de estirpe aristotélica, caracterizó a la literatura y a la música como artes
temporales, frente a las denominadas artes espaciales, entre las que estarían
la pintura y la escultura. Es evidente que todo discurso literario implica
sucesión y movimiento, pero mucho más en el caso de la novela, género en donde
estos rasgos se extreman hasta llegar a convertir la administración del tiempo
en el auténtico eje conductor. Si recordamos ahora la definición que del
discurso o “argumento” diera Tomachevski, se observará con facilidad que la
distinción entre la trama (u orden lógico-causal de lo sucedido) y el argumento
(u orden artístico en que aquella trama se traduce) reposaba en gran medida
sobre la instancia temporal; en efecto, el novelista podía ordenar los hechos
de una forma distinta a como habían sucedido, presentando unos antes y otros
después y, en definitiva, construyendo de nuevo su discurso. Así que, como el
lenguaje es temporalidad y se desarrolla en la sucesión, la estructura
discursiva implica necesariamente una organización cronológica: al género
novela, según esto, nunca le es ajeno el tiempo.
Siempre se ha destacado, y más aún
después de Tomachevski, que el asunto del tiempo en el relato debe remitirnos a
la tasación de dos columnas o cronos interrelacionados: el de la historia,
según el cual todo hecho sucede dentro de un orden lógico-causal que atiende a
un orden de desarrollo y a una frecuencia; y el del discurso, pues es claro que
toda ficción literaria organiza, administra y manipula a su manera aquel tiempo
de la historia, creando así una nueva dimensión temporal que desobedece las
reglas de esa lógica causa-efecto. Por consiguiente, el punto de partida para
cualquier estudio de esta índole consistirá en poner de manifiesto la falta de
correspondencia entre uno y otro tiempo (repito: el de la historia y el del
discurso). La teoría clasicista de la unidad propendía a salvar esa distancia
haciendo coincidir ambas columnas en lo posible, pero es un hecho que en
Literatura tal identidad es poco menos que utópica. (A pesar de lo cual,
anticipo desde aquí que la novela que hoy motiva estas palabras no deja de
alentar ese destino, y aspira a ser, a mi juicio, una atrevida excepción a esa
utopía, como más adelante se verá).
Ya nos hizo notar la clarividencia
crítica del profesor Baquero Goyanes que la relación del tiempo de la historia
con el tiempo del discurso puede establecerse desde tres ejes; verbigracia: 1)
Relaciones entre el orden temporal de sucesión de los hechos en la historia y
el orden en que están dispuestos en el relato; 2) Relaciones de duración, o el
ritmo y rapidez de los hechos en la historia frente al ritmo o rapidez del discurso;
y 3) Relaciones de frecuencia, esto es, repetición de hechos en la historia y
repeticiones en el discurso. A partir de ahora yo me centraré sobre todo en el
primer eje, tratando de recomponer el orden lógico de la trama desde las
huellas textuales que el autor introduce dosificadamente en la narración. Más
adelante haré también una cala en lo que se refiere al segundo aspecto, el de
la duración, ya que estimo que García Márquez, a conciencia, debió esforzarse
en aproximar esos dos tiempos para dotar a su novela de una cierta unidad
–unidad de tiempo, claro–, según el postulado clásico. En cuanto al tercer eje,
aplazo su estudio por razones de prioridad y espacio –que el lector,
universitario o no, seguro agradecerá–, pues sin duda se desliza hacia dominios
no exclusivos de la temporalidad que, me temo, pudieran desequilibrar las
virtuales pretensiones de este artículo.
Pero empecemos con nuestro objeto.
La organización del discurso en esta breve pero intensa novela nace de una
apertura intrigante en donde, paradojas de la intriga, ya se anticipa el final;
y se anticipa en serio, sin el falso guiño de aquel no menos ejemplar comienzo
de Cien años de soledad (recuérdese la expectativa frustrada de que el
coronel Aureliano Buendía terminara sus días “muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento”, pero luego resulta que sobrevive a ese lance y
entonces el lector debe corregirse a sí mismo por haber sospechado lo que la
deliberada ambigüedad del narrador quiso que sospechara). Además, en la Crónica, también
desde el principio se nos aporta el primer dato importante en forma de señal
horaria: las 5.30 de la mañana, cuando Santiago Nasar, la anunciada víctima, se
levanta “para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Puede decirse que
desde esa cifra exacta hasta que muere asesinado noventa y cinco minutos
después (esto es, hasta las 7.05, hora que aunque no se hace explícita en el
texto sí que puede desprenderse con relativa facilidad) tiene lugar el ámbito
“presente” de la narración, al menos en cuanto atañe al sacrificado
protagonista.
Por otro lado, el paréntesis
discursivo observa varios grados de ampliación hacia el pasado (la llegada al
pueblo de Bayardo San Román, por ejemplo) y hacia el futuro (como es el
reencuentro de los desposados mucho después de la tragedia). No obstante, nos
interesa más que ningún otro el período que se remonta a las dos de la
madrugada, cuando víctima y victimarios, ajenos todos a su destino inminente,
compartían los últimos coletazos de la fiesta de bodas en la casa de María
Alejandrina Cervantes. Así, el tiempo abarcado –que, sabemos, se sitúa unos
veintidós años atrás respecto al presente de la narración, hecha en forma de
crónica periodística– se podría concretar entre las dos de la madrugada de ese
“lunes funesto” y las 7.05 de la misma mañana; esto es, en unas cinco horas que
cubren el arco de separación física entre las dos partes enfrentadas, ya que,
como más arriba apunté, ambas disfrutan de la parranda más o menos hasta las
dos, pero se colige que desde las tres hasta el momento del crimen los
agresores Pedro y Pablo Vicario pasan su tiempo buscando, o diciendo que
buscan, a la otra parte (Santiago Nasar, único en el pueblo que ignora esa
búsqueda) con el propósito de asesinarlo.
Pero veamos, en síntesis, el orden
discursivo en que se van sucediendo tales huellas horarias, según la
disposición novelística del tiempo (citamos número de página por nuestro
ejemplar de Editorial Bruguera, 11ª edición, diciembre de 1982):
p. 9: “Santiago Nasar se
levantó a las 5.30 de la mañana”
p. 10: “desde que salió de
su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora
después”
p. 32: [Cristo Bedoya]
“Había estado de parranda con Santiago Nasar y
conmigo hasta un poco antes de las cuatro”
p. 34: “Eran las 6.25.
Santiago Nasar tomó del brazo a Cristo Bedoya y se lo llevó hacia la plaza”
p. 71: “en el puerto, 45
minutos antes de morir” [=a las 6.20]
p. 74: “Por allí pasaron
entre otros muchos los hermanos Vicario, y estuvieron bebiendo con nosotros y
cantando con Santiago Nasar cinco horas antes de matarlo” [=hacia las
dos]
p. 77: “Los gemelos
volvieron a la casa un poco antes de las tres, llamados de urgencia por
su madre”
p. 81: “habían empezado por
buscarlo en la casa de María Alejandrina Cervantes, donde estuvieron con él hasta
las dos”
p. 82: “Por allí entró de
regreso a su casa, en efecto, cuando hacía más de una hora que los
gemelos Vicario lo esperaban por el otro lado” [=hacia las 4.20]
p. 83: “Faustino Santos, un
carnicero amigo, los vio entrar a las 3.20 cuando acababa de abrir su mesa de vísceras”
p. 87: “La tienda vendía
leche al amanecer y víveres durante el día, y se transformaba en cantina desde
las seis de la tarde. Clotilde Armenta la abría a las 3.30 de la
madrugada”
p. 88: “Los hermanos
Vicario entraron a las 4.10”
[en la tienda de Clotilde Armenta]
p. 90: “El coronel Lázaro
Aponte se había levantado un poco antes de las cuatro. Acababa de
afeitarse cuando el agente Leandro Pornoy le reveló las intenciones de los
hermanos Vicario”
p. 91-92: “Entonces fue a
la plaza por la calle del puerto nuevo, cuyas casas empezaban a revivir por la
llegada del obispo. Recuerdo con seguridad que eran casi las cinco y
empezaba a llover, me dijo el coronel Lázaro Aponte”
p. 94: “Los hermanos
Vicario les habían contado sus propósitos a más de doce personas que fueron a
comprar leche, y estas los habían divulgado por todas partes antes de las
seis”
p. 95: [Clotilde Armenta] “Después
de las cuatro, cuando vio luces en la cocina de la casa de Plácida Linero,
le mandó el último recado urgente a Victoria Guzmán con la pordiosera que iba
todos los días a pedir un poco de leche por caridad”
p. 104: “Santiago Nasar
entró en su casa a las 4.20, pero no tuvo que encender ninguna luz para
llegar al dormitorio”
p. 107: [Santiago Nasar]
“Fue a él a quien se le ocurrió, casi a las cuatro, que subiéramos a la
colina del viudo de Xius para cantarles a los recién casados”
p. 109: [Santiago Nasar,
entre las 4.10 y las 4.20] “No era posible pensar que tuviera algún malestar de
la conciencia, aunque entonces no sabía que la efímera vida matrimonial de
Ángela Vicario había terminado dos horas antes”
p. 110: [Victoria Guzmán]
“A las 5.30 cumplió la orden de despertarlo”
p. 169: “Cristo Bedoya miró
el reloj: eran las 6.56. Entonces subió al segundo piso para convencerse
de que Santiago Nasar no había entrado”
p. 170: “En la mesa de
noche el reloj de pulsera de Santiago Nasar marcaba las 6.58”
p. 179: [Flora Miguel] “Sólo
sé que a las seis de la mañana todo el mundo lo sabía”
p. 180: “Nadie, ni siquiera
un médico, había entrado en esa casa a las 6.45 de la mañana” [en la
casa de Flora Miguel, novia de Santiago Nasar]
Varias cosas llaman la
atención en estas únicas veinticuatro señales. Para empezar, la insistencia
hasta en once ocasiones en precisar numéricamente la hora, anotada al minuto.
Reseñable también la repetición de una sola cifra, las 5.30, y la constante
alusión a acontecimientos sucedidos en torno a las cuatro. No deja de ser
llamativo, en fin, que en las últimas páginas de la novela el narrador se
obstine, por medio de Cristo Bedoya (el amigo, el único que de verdad quiso
hacer algo para prevenirlo), en concretar primero las 6.56, en su propio reloj,
y después las 6.58, la hora más cercana a la del crimen, en el mismísimo reloj
de pulsera de Santiago Nasar, que este había dejado por olvido sobre su mesa de
noche; de tal suerte que el desenlace se ralentiza con maestría y favorece que
la intriga se alargue aún, y ello pese a que tal desenlace había sido anunciado
sin ningún reparo –o más bien como una original propuesta de estrategia a la
contra, pero tanto más eficaz– ya en la primera frase de la crónica.
Hemos
comprobado cómo el relato se organiza en una serie de saltos adelante y de
saltos atrás, es decir, de anacronías discursivas entre el orden de sucesión en
la historia y el orden de sucesión en lo que propiamente denominamos relato.
Tanto en las analepsis (retrospectivas) como en las prolepsis (anticipadoras)
se pueden distinguir muchos tipos internos que aquí no conviene recorrer,
aunque hubiera merecido la pena el examen minucioso de, al menos, el alcance y
amplitud de cada anacronía, ya sea de pasado o de futuro. Por “alcance” se
entiende la distancia temporal que separa el tiempo incluido en la anacronía
respecto del tiempo presente: en este caso unos veintidós años; por “amplitud”,
la duración que pueda tener la historia cubierta en la anacronía, que, como se
dijo, en la novela que nos ocupa es fundamentalmente de unas cinco horas, desde
las dos hasta las siete de la mañana, si bien con la muy rentable posibilidad
de desgajarla en dos, justo por la línea divisoria de esas 5.30 horas que dan
entrada a la crónica para colocar al personaje protagonista en camino hacia la
muerte.
No obstante, en la recomposición lógico-causal
que nos hemos permitido extraer (y que, sospechamos, no ha de andar muy lejos
de la que el propio Gabriel García Márquez usó para no extraviarse en los
recovecos de la fábula, o más bien en la desmemoria verosímil de su
cronista-narrador), se ha creído oportuno distinguir dos frentes, que corren
paralelos y que solo se cruzan al principio y al final; además de un tercero
que sirve para apuntalar los anteriores, pues redunda en datos que completan y
confirman informaciones previas. (Véase el gráfico anexo de la última página).
Por un lado está Santiago Nasar, la
víctima, quien a las dos de la mañana se encuentra de parranda en la casa de
María Alejandrina Cervantes, continuándola hasta poco después de las cuatro en
las inmediaciones de la quinta del viudo de Xius (adquirida por los recién
casados), ajeno él y también sus acompañantes a que la vida matrimonial de
Bayardo San Román y Ángela Vicario se había truncado un par de horas antes). Se
sabe que Santiago Nasar entra a su casa a las 4.20 y que duerme hasta las 5.30,
hora en que es despertado por Victoria Guzmán, según sus órdenes. Sale de ahí a
las 6.05, a una hora exacta de ser asesinado en su misma puerta. Un cuarto de
hora después, a las 6.20, se halla en el puerto con motivo de la llegada del
obispo, que pasa de largo. A las 6.25 se va hacia la plaza del pueblo del brazo
de su amigo Cristo Bedoya. Cuando ambos se separan, y de un modo que nadie
hubiera previsto, quiere el destino que se detenga en la residencia de su
novia, ya a las 6.45, donde es alertado por su suegro de las intenciones de los
hermanos Vicario. Entonces, aturdido por una noticia que no entiende, a la que
acaso no da crédito, camina de nuevo hacia su casa por el centro de la plaza,
siendo ya alrededor de las siete de la mañana.
La otra línea argumental es la que
comandan los gemelos Pedro y Pablo Vicario, que se sienten en la obligación de
vengar el honor perdido de su hermana. A las dos están aún de fiesta con
Santiago Nasar y con otros en el mentado recinto de María Alejandrina
Cervantes. Pero un poco antes de las tres son “llamados de urgencia por su
madre”, que los pone al corriente de la devolución de la novia porque el esposo
ha descubierto que no es virgen; “dinos quién fue”, le preguntan a Ángela
Vicario, y el párrafo siguiente se convierte en todo un alarde de sabiduría
literaria, máxime si tenemos en cuenta que la novela no resuelve, ni quiere
resolver, la culpabilidad o no de Santiago, antes al contrario: “Ella se demoró
apenas el tiempo necesario para decir el nombre. Lo buscó en las tinieblas, lo
encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este
mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a
una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre.
–Santiago Nasar– dijo.” A las 3.20 un carnicero amigo los ve coger los
cuchillos, con los que entran en la tienda de Clotilde Armenta a las 4.10, y en
este lugar permanecen casi tres horas, hasta las siete, salvo el pequeño
intervalo que necesitan (hacia las cinco y media) para ir a por otros cuchillos
nuevos, ya que el coronel Lázaro Aponte se los había arrebatado para
disuadirlos de su increíble determinación. A las 7.05, cinco horas después,
vuelven a encontrarse con Santiago Nasar para cumplir el vaticinio, la muerte
anunciada.
Entre tanto, el rumor se había
extendido y todo el pueblo sabe desde antes de las seis que los hermanos
Vicario andan buscando (o más bien esperando) a Santiago Nasar para matarlo,
pues lo creen responsable de la deshonra de su hermana. Tanto Clotilde Armenta
como el coronel Lázaro Aponte y el amigo Cristo Bedoya participan en los
tímidos intentos para impedir lo inevitable, hasta que la fatalidad se impone
con su precisión de tragedia clásica e involucra a todos, incluso a la madre
del muerto, que apenas unos segundos antes de consumarse el crimen cierra la
puerta por donde su hijo hubiera podido entrar y salvar la vida.
La conclusión,
en cuanto se refiere a manejos de la temporalidad, es, entonces, fácilmente
deducible: Gabriel García Márquez, genial emulador de la tragedia clásica en
esta bien denominada “tragedia del trópico”, no solo ha acertado a condensar en
ese tiempo de crónica y lectura lo que podría ser el tiempo normal de
escenificación de, por poner un ejemplo paradigmático, Edipo Rey de
Sófocles, sino que, según he advertido por mi experiencia propia y por otras
confidencias ajenas que quiero valorar, una lectura-modelo (aunque me consta
que no la hay) o un ritmo de lectura normal (que tampoco) sería aquel que diera
cuenta del relato en ese tiempo aproximado de 95 minutos, de tal manera que la
andadura de Santiago Nasar desde que se levanta hasta que cae muerto corre
paralela (o no es descabellado sincronizarla) con el paseo del lector por sus
páginas desde esas 5.30 hasta esas 7.05 de la mañana, con la muy lícita
diferencia de que el lector sabe
desde un primer momento lo que va a ocurrir, mientras que Santiago solo lo
atisba unos quince minutos antes de que suceda, no comprendiéndolo ni siquiera
en el último instante, cuando todo el pueblo (incluido el cronista e incluido,
ya para siempre, el lector) asisten mudos al sacrificio en que podemos resumir
la crónica tensa de tan anunciado desenlace.
julio de 1993 y agosto de 1995
ANEXO GRÁFICO
Hora SANTIAGO NASAR HERMANOS VICARIO OTROS
2.00.…. todos en casa de María Alejandrina Cervantes Bayardo devuelve
a Ángela Vicario
3.00
(-). ....................................... regresan a su casa ................................
3.20...... ....................................... cogen los cuchillos ................................
3.30...... ....................................... ........................................ Clotilde Armenta
abre su tienda
abre su tienda
4.00 (-). sigue de parranda ....................................... el coronel Lázaro
Aponte se levanta
Aponte se levanta
4.00 (+). frente a la casa de ...................................... aviso de Clotilde
los
desposados con la pordiosera
4.10...... ....................................... entran en la tienda .................................
de Clotilde
4.20.... entra en su casa ...................................... .................................
5.00 (-). ....................................... ...................................... coronel Lázaro A.
sale de su casa
sale de su casa
5.30….. se levanta ...................................... ..................................
6.00 (-). ........................................ han divulgado ……………………...
sus propósitos
sus propósitos
6.00...... ........................................ ...................................... todos lo saben,
menos Nasar
menos Nasar
6.05...... sale de su casa ...................................... ...................................
6.20..… en el puerto ..................................... ……………………....
6.25..… hacia la plaza, ..................................... ....................................
con Cristo Bedoya
6.45..… es advertido en ,.................................... …………………….....
casa de su novia
6.56...... ........................................ ……………………….. Cristo Bedoya busca
a Nasar en su casa
a Nasar en su casa
6.58...... ........................................ ……………………….. Cristo Bedoya en
el cuarto de Nasar
el cuarto de Nasar
7.05...... PEDRO Y PABLO VICARIO
ASESINAN A SANTIAGO NASAR FRENTE
A LA PUERTA DE SU CASA, CON TODO EL PUEBLO POR TESTIGO
A LA PUERTA DE SU CASA, CON TODO EL PUEBLO POR TESTIGO
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